“No soy psicóloga ni terapéuta”
Pero quiero estar para, ti con amor.
Desde que tengo memoria, he sido “la buena amiga”, la confidente, la novia que apoya y entiende, la colaboradora que intenta que todos trabajen a gusto, la hija que traduce y resuelve problemas…
Si bien, por un buen tiempo, esa identidad me generó muchos conflictos por mi falta de límites, hoy, después de haber aprendido y trabajado con herramientas que me ayudan a estar mejor para mí, es una identidad a la que he aprendido a querer y que sigo aprendiendo a proteger.
Aún así muchas veces me encontraba también con un miedo muy fuerte: ¿y si lo que digo no ayuda? ¿Y si en lugar de sostener, hago daño? Con el tiempo he entendido algo fundamental: acompañar no significa tener todas las respuestas, sino estar presente con consciencia y responsabilidad.
Hace algunas semanas vinieron a visitarme, en momentos diferentes, dos amigos a los que quiero y admiro muchísimo. Vamos a llamarles Angie y Nico. Ambos, personas brillantes, inteligentes, amorosas, y ambos… con el corazón roto.
Y ahora que lo pienso, también ambos, muy conscientes del auto abandono que estaban experimentando, esa frustración que dice: “sé que no merezco esto, ¿por qué me cuesta tanto ponerme de MI lado?”
Si esto hubiera pasado hace cinco años, probablemente me hubiera angustiado y habría buscado la forma de distraerlos de su dolor, llevarlos al cine, a comer y hacer como si no estuviera pasando nada; o bien, todo lo contrario, me habría puesto casi que a redactarles el discurso completo que debían darle a la persona en cuestión para dejar claro su lugar.
Hoy es diferente.
Yo escuchaba con atención y mucha ternura, preguntándome lo mismo “¿cómo puedes no ponerte del lado de una persona tan increíble como tú?”.
Mientras escuchaba, iba descifrando y acomodando algunas cosas que me llamaban la atención, y cuando terminaron de contarme todo, les agradecí por contarme, les hice preguntas, me hicieron preguntas, lloramos, reímos, comimos, seguimos llorando, seguimos riendo. Fin de mi intervención.
¿Fin?
Sí, fin.
Después de que se fueron, ambos, a su manera, me dijeron algo muy parecido: “No tienes idea de la paz que siento”, “Lo que me dijiste, lo que me preguntaste, me ayudaste a desenredar un nudo que me estaba ahogando, y me siento más firme para dar el siguiente paso”.
Cuando Angie se fue y me mandó su mensaje súper amoroso, por supuesto que me dio gusto y sentí bonito, pero al mismo tiempo estaba ahí asomado el síndrome del impostor diciéndome “tú no hiciste nada”.
A los pocos días, cuando Nico se fue y me mandó un audio igual de amoroso, pensé: “es que tal vez sí hiciste algo…”.
Presencia.
Esa fue, y esa ha sido mi aportación en los últimos años cuando una persona que quiero se acerca a mí para pedir mi ayuda/consejo/compañía.
Y antes no creía que esa presencia fuera suficiente, es decir… “no te estoy solucionando la vida, ¿para qué te serví entonces?” Pero hoy entiendo que esa presencia no es “sólo” presencia.
Esa presencia, de la persona que acompaña, está formada de muchos elementos de los que podemos o no ser conscientes, pero cuando lo somos… ¡ohguaau cómo cambia tu vida, y la vida de los que te rodean!
Es verdad, muchos de nosotros no somos psicólogos ni terapeutas, pero somos personas muy sensibles y empáticas, que ven y sienten las cosas de una manera que permite al otro identificarse. Y en mi caso, también llevo años trabajando con marcas relacionadas con el desarrollo personal, llevo años consumiendo contenido de inteligencia emocional, llevo años compartiendo vida profesional y personal con una coach brillante (Lorena Aguirre) con quien es una inevitable práctica constante de autorregulación, de autogestión emocional, de tocar base conmigo.
No sólo he aprendido a usar herramientas de gestión emocional, he aprendido a crearlas y pretendo seguir haciéndolo, para mí, y en consecuencia para la gente que amo.
Así que ahora, cada vez que el síndrome del impostor vuelve a asomarse a la ventana cuando escucha a alguien decirme lo mucho que le ayuda platicar o compartir tiempo conmigo para resolver sus conflictos o inquietudes, vuelvo a mí e intento calmar esa ansiedad post-acompañamiento, recordándome que 1) lo estoy haciendo con amor; 2) lo estoy haciendo con amor; y 3) lo estoy haciendo con amor.
¿Qué significa “lo estoy haciendo con amor”?
Para mí significa:
- Que mis intenciones, al responder a tu llamado de auxilio, son puras.
- Que estoy tomando en cuenta lo que sé de ti, para cuidar mis palabras y mis formas de compartirte lo que veo en la historia que me estás contando (y que te estás contando, diría Brene Brown).
- Que voy a honrar y respetar tu historia.
- Que voy a usar las herramientas que hoy conozco y que considero que te pueden ayudar a entender y entenderte mejor.
- Que TE estoy cuidando (y si eso es recomendarte hablar con algún especialista, lo voy a hacer).
- Que ME estoy cuidando (y si eso es decirte “en este momento no tengo banda ancha para sostener, pero prometo ir a ti en cuanto esté más disponible emocional y energéticamente”, lo voy a hacer).
Estar ahí para ti, con amor, es lo que necesito para reconocer que lo estoy haciendo bien.
Si a ti también te gustaría sentirte más segurx al estar para otros con amor y tener herramientas de regulación emocional que puedan guiarte y guiar a otros, el Programa de Acompañamiento Emocional es para ti.
No. No vas a salir siendo psicólogo o terapeuta (aunque quién sabe, quizá sea el inicio de una nueva carrera), pero sí vas a aprender conceptos, herramientas y prácticas que te ayudarán a entender, descifrar o desenredar situaciones que tú u otra persona están pasando. Un kit de primeros auxilios emocionales que a TODOS nos deberían enseñar, con el que aprendemos a reaccionar para cuidar de otros, cuidándonos también, porque sí: qué bonito saber que no estamos solos mientras aprendemos esto de ser humanos.
Gracias por estar aquí, espero verte pronto!
Cass.