“Cuando el corazón no alcanza”

 

“Cuando el corazón no alcanza”

Me estoy desbordando y no tengo herramientas emocionales.

 

Siempre supe que era una persona altamente sensible, empática y con un corazón lleno de amor por la humanidad. Mi vocación de pedagoga me llamaba a habitar en espacios en los que desde mi perspectiva, iba a salvar vidas, ser una acompañante activa en historias de vulnerabilidad.  

El último año en la carrera entré al campo de “Atención educativa a la diversidad socio-cultural” un área donde nos instruyen para atender desde la pedagogía historias de vulnerabilidad. Nos mostraban historias de personas en contextos diversos: personas con discapacidad (motriz, sensorial, cognitiva), pueblos indígenas, mujeres que han vivido violencia, niños jornaleros migrantes y muchas otras realidades atravesadas por la desigualdad, que hoy entiendo eran víctimas del sistema.

Un sistema que les quedaba a deber mucho y todas las tardes después de clases, terminaba agotada, sin energía y con el corazón roto.  Porque mi buen corazón y empatía no alcanzaba para cambiar algo, me estaba desbordando. 

Poco a poco iba perdiendo mi brillo, mi amor por la pedagogía, mi esperanza en ser un factor de cambio frente a este sistema porque así como las historias que me tocaba asistir en clase, a mi la educación me quedaba corta, no me estaban instruyendo en lo más importante: educación emocional. 

 

Todos los días me preguntaba: 

¿Cómo voy a acompañar a mis niños sin romperme cuando me cuenten sus historias?  

¿Cómo hago una escucha activa si me está quebrando el sistema? 

¿Ser apática al dolor ajeno es lo correcto? 

 

La universidad nunca me enseñó qué hacer cuando la empatía se vuelve una herida abierta.

 

Sabía que la pedagogía no era solo enseñar a leer y escribir, sino acompañar, contener, ser un faro en medio de la tormenta. Pero, ¿cómo podía sostener a otros cuando yo misma me estaba desmoronando?

Tal vez a ti te pasa lo mismo en la vida profesional.  Tal vez… 

  • Eres médico o enfermero, y aunque aprendiste a salvar vidas, nadie te explicó cómo manejar la angustia de una familia que acaba de recibir una noticia devastadora.
  • Eres entrenador personal, y entre rutinas de ejercicio, terminas escuchando historias de inseguridad, ansiedad o autoexigencia que van mucho más allá de un cuerpo en forma.
  • Eres madre, padre o cuidador, y te esfuerzas por dar lo mejor de ti, pero nadie te enseñó cómo sostener a los tuyos sin olvidarte de ti mismo en el proceso.

A mí, el aula universitaria me llenaba de teoría, de metodologías, de estrategias para la enseñanza inclusiva, pero nadie hablaba del desgaste emocional, de la carga invisible que se iba acumulando en el alma. 

Nadie nos advertía que la empatía, sin herramientas para gestionarla, se convertía en una herida que nunca dejaba de sangrar.

Los profesores hablaban de adaptación curricular, de planes de intervención, de proyectos comunitarios. Pero jamás nos enseñaron a sostener la mirada cuando un niño nos contara que tenía hambre, que su madre no volvía a casa, que el miedo era su compañero de todas las noches. Jamás nos dijeron qué hacer cuando una historia se clavara tan hondo en el pecho que nos costara respirar.

Y así, poco a poco, empecé a sentir que me ahogaba.

 

Me felicitaban por mi vocación, por mi sensibilidad, pero nadie me decía qué hacer cuando esas mismas cualidades se volvían un peso insoportable.

Un día, en clase, levanté la mano.

– ¿Cómo cuidamos de nosotros mismos sin volvernos indiferentes? – pregunté.

La profesora se quedó en silencio un instante, luego sonrió con incomodidad.

– Eso es algo que se aprende con la experiencia – dijo.

No supe si su respuesta me consolaba o me rompía aún más.

Porque la experiencia ya me estaba enseñando. Me estaba enseñando que amar la pedagogía y a la humanidad no bastaba, que la vocación por sí sola no era suficiente. Me estaba enseñando que, si seguía así, no solo iba a perder el brillo… iba a perderme a mí misma, mi paz mental,  emocional y hasta mi salud. 

Y entonces, como un rayo de luz en medio de esta tormenta, reconecté con Lore, mi maestra de prepa, una de las mujeres que más admiro en el mundo, con su diplomado de emociones educadas me salvó la vida 

 

Al principio, dudaba de cómo la educación emocional podría aliviar el peso que sentía. Pero pronto entendí que mi problema no era la empatía, sino el abandono de mí misma. 

Aprendí a conocerme, a poner límites sin culpa y a acompañar sin desgastarme. Dejé de ver la educación como un sacrificio y la abracé como un puente para caminar junto a otros sin perderme en el proceso.

Porque para sostener a otros, primero tenía que aprender a sostenerme a mí misma.

Y sé que no soy la única que se ha sentido así. He escuchado a tantas personas hablar del agotamiento emocional, de la sensación de darlo todo hasta quedar vacías, de la culpa por sentir que nunca es suficiente. 

Nos enseñaron a cuidar a los demás, pero nunca nos enseñaron a cuidar y acompañar sin abandonarnos a nosotras mismas.

Hoy, desde este proceso de aprendizaje y transformación, quiero compartirte lo que me ayudó a convertirme en una persona más presente, con mayor regulación emocional, capaz de habitar los espacios con amor, valor y fuerza.

Aquí, descubrirás cómo acompañar a otros sin perderte en el proceso, sostener desde el amor y, sobre todo, habitar tu vocación con más equilibrio y fortaleza.

Si alguna vez has sentido que la empatía te desborda, que el amor por lo que haces no debería doler tanto, que necesitas herramientas para seguir sosteniendo sin romperte… en el Programa de Acompañamiento Emocional tenemos un lugar para ti.

Nada me hace más feliz que compartir este espacio contigo, conocerte y crecer juntes en este camino. 

Te veo pronto!

– Mel 

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